Es noviembre y como normalmente, hace un frío descomunal. Sale abrigada a las calles y las luces y adornos de navidad ya están puestos dándole ese toque mágico a la ciudad. Se oyen alegres villancicos, en cada parte uno diferente. El eco de todos se une y forman una melodía navideña que dan ganas de bailar y salir a espectar semejante regalo. Lo abre y seguidamente sonríe sin saber el por qué.
Encontrará motivos, por los cuales salir todos los días que la nieve caiga en formas suaves y delicadas sobre nuestras cabezas llenas de conocimientos. Donde el corazón no entienda de edades,distancias,etnias o pensamientos. Tan sólo se deje llevar.
Al ver las luces en el árbol cuando llega a su casa, lo enchufa, haciendo una bella armonía de silencio mientras son observadas. Destellos de colores, anonadada los mira y espera a que se vuelvan a apagar y encender creando de esta manera, mil ritmos maravillosos. Se oye desde fuera las alegres canciones que inundan los rincones. Inquieta, no puede evitar abrir las ventanas de par en par y escucharlos con mejor calidad sonora. Cierra los ojos y deja que los copos del invierno caigan sobre ella, anesteciándole por completo el redondel (ahora rojo) que tiene por nariz. Parpadea una y otra vez y se seca la cara. No la siente apenas. En cuanto baja la mirada a la acera se da cuenta de que hay alguien sentado en el portal. Sin abrigo - debe estar congelado - piensa. Corre hacia su cuarto y coge algo para que no se congele del frío. Baja las escaleras, no hay tiempo de coger el ascensor. Llega abajo y abre la puerta, le acerca la manta, ya que era lo único que había conseguido encontrar en su desordenado armario. Mueve la cabeza hacia ella en gesto de agradecimiento. En cuanto él abre los ojos se quedan mirándose fijamente. No pronuncian palabra alguna.
Le pregunta si ésta sola. Niega con la cabeza. Y acto seguido le invita a subir a su casa.
Coge la mejor vajilla y pone unos turrones que dan el cante como aperitivo. La cena y un par de copas de champán. Encienden la chimenea y conectan las luces del árbol. Todo parece tan bonito...Se sonríen y apartan la mirada tímidamente. Así durante el resto de la noche. Haciéndose compañía mutua, sin dejar de hacerlo. En cuanto terminaron, ella recogió los platos y los puso en el lavavajillas. Él le dijo que no, que descansase y aprovechase ya que la navidad había traído consigo el regalo de su química. Le hizo caso. Se acercó al árbol y cogió el último detalle que quedaba por colocar, un muérdago. Cuando estuvo a punto de cogerlo notó un roce de una mano con la suya, él también tenía intención de cogerlo. No hizo falta hablar, no sabía más que estrecharle la mano para expresarlo todo.
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